Te encuentras mirando las
noticias en televisión y comentas con tu hijo algún aspecto de la actualidad.
Desde luego, las cosas han cambiado. Ya no es un niño y lo notas. Puedes hablar
con él de otra manera, sabe valorar las posibilidades para afrontar un
problema, está adquiriendo capacidad crítica... en definitiva, está
desarrollando el pensamiento formal. Los padres desempeñamos un papel decisivo
en la madurez intelectual de nuestros hijos adolescentes. Debemos tener en
cuenta que en la aparición del pensamiento formal influye enormemente el
ambiente que les rodea.
Los años infantiles previos a la
adolescencia son realmente cruciales. De hecho, en ellos se sientan las bases de
la futura persona. Por eso no es en absoluto vano el celo de los padres por
preservar el estado de salud de sus hijos y por ofrecerles la mejor educación.
Pero si eso es válido para todos
los aspectos de su personalidad, resulta definitivo para su desarrollo
intelectual. A lo largo de la infancia se produce el desarrollo de la
percepción a través de los sentidos; se desarrollan capacidades como la
memoria, la imaginación y la atención; se adquieren instrumentos básicos como
el lenguaje y el cálculo; se consigue, finalmente, un amplio baúl de
conocimientos concretos a partir de la experiencia y la enseñanza sistemática…
Y, por fin, con la llegada de la
adolescencia, tiene lugar la eclosión del pensamiento... Logrará, al final del
proceso de desarrollo, no sólo comprender la realidad que le rodea, sino
conocer y comprender lo posible, lo probable, lo lejano, lo abstracto... Será
capaz de llegar al estado intelectual más evolucionado, más propiamente humano.
Naturaleza del pensamiento formal
Este último estado en el
desarrollo intelectual es lo que se conoce como el pensamiento formal. De hecho
es una nueva manera de pensar. De forma progresiva adquirirá capacidad para valorar
distintas posibles soluciones a un problema, podrá prever las consecuencias de
actuaciones presentes, adquirirá capacidad crítica al ser capaz de relacionar
realidades concretas con reglas generales o abstractas y podrá reflexionar
sobre diferentes realidades posibles.
A medida que vaya dominando con
eficacia estas nuevas capacidades, disfrutará conversando con sus amigos sobre
las realidades trascendentales de la vida, hará uso de la crítica, al principio
de manera muy tajante, y será capaz de delimitar sus aspiraciones de futuro de
una manera realista.
Un ejemplo la confesión de una
joven de 15 años- "He decidido que no dejaré los estudios y que acabaré la
Secundaria. He pensado que si no tengo estudios me será más difícil encontrar
un buen trabajo que me permita independizarme… Y además es una tontería haber
estudiado tantos años para nada."
Esta joven conocía su obstinación
por dejar los estudios. Pero esta nueva capacidad que le permite analizar sus
posibilidades y establecer hipótesis sobre su futuro, por tan poderosa, le
amenaza y le confunde. Se asusta cuando al establecer una relación lógica de
acciones para lograr lo que se propone, constata que algunas cosas del presente
(presión de los amigos, pereza, problemas con los estudios) le tienen atrapado
y no sabe cómo salir.
Y en medio de su incertidumbre, a
veces, se deja llevar por los acontecimientos y aplaza la toma de decisiones,
vive el presente y se evade de la responsabilidad de su futuro.
La misma joven, añadió: "Lo que pasa es que cuando tengo que
ponerme a estudiar me da mucha pereza, luego me quedo como atontada. Sé que lo
tengo que hacer pero no sé qué me pasa... No sé si haré nada." Por lo que
estaba confusa, quería pero no estaba segura de querer intentarlo.
Desarrollo del pensamiento formal
en la adolescencia
El desarrollo del pensamiento
formal en la adolescencia se produce de una forma significativamente diferente
al desarrollo físico. Mientras que éste se produce de una forma progresiva,
relativamente rápida (tres o cuatro años) y en una secuencia semejante en la
mayoría de los individuos, el desarrollo intelectual tiene lugar con más
lentitud (siete u ocho años), en una progresión irregular y con notables
diferencias entre unos y otros.
A los 11 o 12 años se suele
producir un cambio brusco en la manera de pensar de los chicos y chicas. Reúne
algunas características del nuevo estado aunque aún es muy rudimentaria. Pero
no será hasta los 20 años o más cuando bastantes de nuestros hijos alcanzarán
una cierta plenitud del pensamiento formal.
La pubertad, y con ella los
cambios físicos y fisiológicos que la determinan, es un cambio necesario y
predecible que acaece con escasa participación de las influencias del medio.
Sin embargo, las habilidades intelectuales propias del pensamiento formal
constituyen un cambio que no necesariamente se da en todos los individuos y que
depende de las influencias del ambiente.
Los cambios físicos de la
pubertad son fruto de la dotación genética, sin embargo, los cambios en la
estructura del pensamiento necesitan la influencia positiva del ambiente. Se ha
podido llegar a esta afirmación tan rotunda al constatarse que, en algunas de
las sociedades, ninguna persona adulta demostraba competencia para superar con
éxito algunas pruebas que requerían habilidades intelectuales propias del
pensamiento formal y que no habían sido desarrolladas previamente.
La conclusión educativa para los
padres resulta evidente: tienen que asegurar la estimulación sensorial e
intelectual en la edad infantil y ofrecer al hijo o hija entre 11 y 20 años
ocasiones de reflexión y de diálogo sobre asuntos diversos. Además, en ambas
edades, será crucial, por su influencia, la elección del mejor centro educativo
posible.
José María Lahoz García
Pedagogo (Orientador escolar y
profesional),
Profesor de Educación Primaria
y de Psicología
y Pedagogía en Secundaria
FUENTE: solohijos
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