Tras
darse cuenta que el servicio público de pasajeros en nuestro querido y muy
amado Oaxaca es completamente deficiente, se le ocurrió a alguien cubrir el
enorme hueco que no cubrían ni los urbanos ni los colectivos.
Los
urbanos, en manos de unos cuantos empresarios del ramo, se dan el lujo de
imponer los horarios de servicio, no de acuerdo con la necesidad del usuario,
sino en función de su propia disponibilidad.
Además
de ser armatostes que parecen verdaderas cafeteras, los autobuses del
transporte urbano y suburbano son los protagonistas de un gran número de
muertes al año por la falta de capacitación de sus operadores.
Los
taxis colectivos son otro ente que, con complicidad o no del Gobierno, han ido
adquiriendo el rostro de “mal necesario”. Infinidad de ellos circula dentro y
fuera de la ciudad; lo mismo se les ve en carreteras, que en calles de la
ciudad “quesque” prestando servicio “especial”.
Cobran
lo que quieren y como quieren; también ponen sus horarios y suben a quien
quieren. Si es una señora humilde con costales llenos de verdura, se siguen de
largo; si es una bella chica universitaria, nombre… hasta de reversa se echan,
se bajan de la unidad y le abren la puerta a la señorita.
Además
de circular con seis almas a bordo, cuando realmente sólo deben viajar cinco
(dos adelante, incluido el chofer; y tres atrás) cuántos de los choferes de los
llamados colectivos no orinan en botellas y las arrojan a la vía pública; dese
una vueltecita por la Central de Abastos y verá a qué huelen las calles que
ocupan como sitio.
El
medio de transporte que cubrió el hueco que los otros dos no pueden cubrir son
los mototaxis. Sobre tres ruedas se mueve un huevito en el que viajan hasta
cinco personas, como si fueran sardinas enlatadas. La mínima dejada es de a
cinco pesos por persona; vaya, llegan a cobrar hasta 40 o 50 pesos dependiendo
las callejuelas a las que se puedan meter y a las cuales no llegan ni los
colectivos y mucho menos los urbanos.
Los
conducen jovenzuelos con edad promedio de 16 años a quienes les confiamos
nuestra vida en cada subida a esos endebles aparatos. Circulan miles, cobran
los que quieren, van y vienen cual si fuesen hormigas; se meten en sentido
contrario, andan sin placas, echan carreritas, son toda una calamidad.
Pero
bien dicen que no tiene la culpa el indio, sino quien lo hace compadre. Y son
nuestras autoridades de vialidad y transporte quienes les han dado la anuencia
de circular y prestar un servicio (¿otro mal necesario?) deficiente, peligroso,
y ahora hasta chantajista, ah, porque estos jóvenes también bloquean
carreteras, calles y avenidas cuando se sienten intimidados por los pocos
agentes de vialidad que sí cumplen con su trabajo.
La
justificación de la existencia de estos aparatos rodantes ya la dio hace unos
días el secretario de Vialidad y Transporte de Oaxaca, José Antonio Estefan
Garfias. Palabras más, palabras menos, dijo algo así como que pues estos
carritos circulan ya desde hace muchos años en países como Colombia y que en
México ya tenían también varios años y que nadie les había puesto un freno.
Que
el problema no es de hoy, sino de varios años atrás y casi, casi pues ya ni
modo, ya existían y que ahora iba a ser necesario meterlos en cintura para al
contemplarlos en la nueva Ley del Transporte. En mi opinión, sólo lo harán para
que paguen tenencia, placas, permisos y demás, del servicio ni qué decir, es
responsabilidad de quien hace uso de él, o sea de usted.
Por
fin se van…
Quienes
ya entregan la estafeta son los diputados locales de la LXI Legislatura.
Después de tres años de cobrar dietas millonarias, de calentar la curul con su
trasero, de tener “fuero”, de pasear y acumular millas en las diferentes
aerolíneas, de comer en los mejores restaurantes, de contar con asesores,
secretarias, servicios especiales, seguros de gastos médicos mayores, en fin,
después de gozar de las mieles del precario presupuesto, ya dejan esta loable
función (chuparse el presupuesto) a otra tanda de legisladores que harán lo
mismo pero al cuadrado. Más de lo mismo.
Tenemos
celulitis…
Ya
no hay a quien ver sin celular. Vas en un camión y casi todos van con celular;
en el taxi colectivo (aunque vayan aplastados como sardina) pero eso sí, su
celular. En salas de espera, en consultorios, en peluquerías, aeropuertos,
centrales de autobuses. ¿Será que nos sentimos tan solos que estos pequeños
artefactos suplen la soledad de estar esperando el mototaxi? ¿Usted qué opina,
querido lector? Nos leemos la próxima Aquí mismo.
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